Ensayo: Etnohistoria: un intento de explicación

Carlos Martínez Marín propone en este artículo una aproximación histórica al origen de la etnohistoria, y después, específicamente, de la etnohistoria en México. Partiendo de su relato, podemos afirmar que esta clase de estudios sólo fueron posibles bajo un cambio de paradigma en el quehacer académico occidental, o, como pasaré a explicar, “el contexto lo es todo”.

Partiendo de que en el país, el quehacer tradicional de la etnología histórica se enfoca en historia colonial de los grupos indígenas, explica que entonces el trabajo etnográfico surge de una necesidad de agrupar taxonómicamente a la investigación transdisciplinaria entre la etnología indígena y el estudio de la historia colonial, sin embargo es importante resaltar que este origen no fue espontáneo sino que responde a las corrientes de estudio que han dirigido el estudio de las ciencias sociales.

Martínez afirma de que el término etnohistoria es relativamente nuevo en México, dos décadas, partiendo de que la publicación es de 2009, está hablando de la década de los noventas. Sin embargo, traza un recorrido muy amplio para llegar a este punto. Según el autor, en 1979 ya había publicado su trabajo de reflexiones en torno a la etnohistoria en México, casi al tiempo que Cline, sin embargo, puntualiza que el término ya era ampliamente usado en la década de los cincuentas, y que el campo de estudio ya se había definido desde principios del siglo XX.

Poniendo en contexto, el inicio de la etnohistoria coincide con el positivismo y el imperialismo. En la sociedad occidental, el estudio de las etnias partía de una visión etnocéntrica europea, es decir, consideraba a la cultura europea como la norma a través de la cual se estudiaba al resto de la humanidad como grupos exóticos, y de la misma manera, se les juzgaba a través de valores europeos. De la misma forma, el conocimiento y legado de las culturas del mundo se vio soslayado por una rigurosidad falaz que limitaba el objeto de estudio a los descrito por el difusionismo; es decir, en un intento de integrar el conocimiento histórico al concepto positivista de ciencia, se ignoró por completo toda forma de cultura que no tuviera un legado consolidado en forma de escritura, arquitectura o artes plásticas. Comprendiendo este contexto, se explica porqué la etnohistoria iba a contracorriente porque buscaba estudiar todo tipo de etnias, incluso si carecían de una tradición escrita, o construcciones faraónicas; o si eran ajenas a la cultura occidental.

Sin embargo, este contexto ha cambiado a lo largo de los años. El concepto de ciencia se terminó de definir alrededor de los años veinte y, posteriormente, la fundación del enfoque estructuralista se encargó de dotar de rigurosidad a los estudios sociales, dándoles por fin, el estatus innegable de ciencias. En conjunto con eso, la Segunda Guerra Mundial trajo consigo un cambio en el panorama político mundial, las naciones no europeas tuvieron fuertes movimientos antiimperialistas, y los países no europeos reconocieron su necesidad de  una identidad nacionalista propia, para lo cual esa indispensable el conocimiento y valoración de su legado cultural. Si lo razonamos, coincide plenamente con lo que ocurrió en el México de la posguerra, el surgimiento del cardenismo, y el trabajo de Vasconcelos, y su movimiento nacionalista, fundamentado en lo que él llamaba la raza de bronce. La fundación del INAH proviene de esa época, y fue partícipe de este desarrollo.

Martínez Marín, C. (2009). La etnohistoria: un intento de explicación. Anales De Antropología, 13(1). https://doi.org/10.22201/iia.24486221e.1976.1.324 

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